.

Por lo general, un turista "oye" y "ve". Y se distrae en exceso fotografiándolo todo. El viajero [...] lo que hace es "mirar" y "escuchar". Y hace las fotos imprescindibles, ya que prefiere confiar en la impresión que permanecerá en el fondo de su retina. (Alberto Vázquez-Figueroa)
Quien vive ve, quien viaja ve más. (proverbio árabe)

Regateando, regateando... y que no te acaben timando...

Dado que en el próximo artículo hablaré de las compras en Vietnam, creo prudente empezar primero explicando cómo comprar. Y es que ese acto que para nosotros, acostumbrados a la dinámica de nuestros países de origen, es algo baladí, en ese país exige de cierta habilidad y destreza.

Como en otros tantos países en vías de desarrollo, si no queremos pagar la novatada ni que nos ayuden rápidamente a desocupar espacio en nuestro billetero, tocará regatear.


Tienda de máscaras tradicionales en
el Templo de la Literatura (Hanoi)


Soy consciente de que a mucha gente esta actividad (todo un arte), ya prácticamente desaparecida en nuestra sociedad, le es incómoda y, con tal de no prolongarla, cede muy pronto al habitualmente desproporcionado precio que empieza ofreciendo el vendedor. Y esto lo sabe el comerciante y se aprovecha de ello, al igual que del desconocimiento del valor del producto por parte del despistado turista.

Pero ojo, no asociemos regateo con intento de timar. El regateo forma parte del día a día comercial en muchas sociedades. Veréis que los propios vietnamitas también regatean. Ese debate sobre el precio de algo, más allá del entendible hecho de que cada una de las partes vele por su economía, conlleva una interacción entre comprador-vendedor que, si se sabe llevar con templanza y respeto, suele terminar en un entendimiento cordial que hará que ambos queden satisfechos al finalizar la transacción. Incluso, si no se ha llegado a un acuerdo en el precio y no hay venta, la despedida suele ser con una sonrisa y de forma amigable y cortés. Eso dejará las puertas abiertas a que, en otro momento, si volvemos a pasar por delante de ese comercio, el vendedor, que es probable que nos recuerde (y más si hemos sido unos buenos, corteses y firmes negociantes), nos haga una nueva oferta más ventajosa para nosotros. Esto me ha ocurrido en más de una y de dos ocasiones durante el viaje.

Regatear, aunque pueda parecer un juego, no se debe tomar como tal. No es un juego en tanto que la partida no termina (o no debiera terminar) con un ganador y, consecuentemente, también un perdedor. En el regateo es de suma importancia que la venta termine con la satisfacción de ambas partes.

El vendedor, con mucho más bagaje en este arte que nosotros, no concluirá la venta si no está satisfecho con lo que ofrecemos. En ese sentido, quienes corremos muchísimo más riesgo de quedar insatisfechos con la compra somos nosotros, pobres turistas tolais. Pero también se dan casos de abusos por parte de compradores (generalmente turistas extranjeros). Esto suele ocurrir con ciertos vendedores callejeros, a los que su situación de penuria y extrema necesidad les lleva a aceptar cantidades irrisorias por un artículo, con tal de poder comprarse algo de comer. En este supuesto, solo puedo apelar a los principios éticos de cada cual y a recordar que un euro en Vietnam cunde bastante más que en España. Y que ese euro que le estamos regateando a un apurado vendedor callejero, a nosotros no nos va a alterar el presupuesto del viaje, y en su caso puede ser la diferencia entre que cene caliente esa noche él y su familia o no.

Pero, ¿cómo regatear bien? Se dice que el regateo es todo un arte, justamente porque no es fácil. Y no es fácil porque no hay una regla o reglas claras para regatear.

Muchas guías de viaje aconsejan, en mi opinión de manera frívola y absurda, dividir entre dos el precio inicial dado por el vendedor para comenzar así el regateo.

Si no se conoce el producto, ni la tienda, ni al vendedor, tal regla es poco efectiva. Primero, porque es tan conocida que el comerciante sabrá ya desde el principio que no tenemos ni idea del valor de lo que tratamos de comprar. Y segundo, porque, en según qué casos, ofreciendo la mitad estaríamos tirando muy por lo bajo o todavía bastante por lo alto.

Lo ideal es preguntar el valor real de mercado a un conocido local o, de no tenerlo, mismamente al recepcionista del hotel o al camarero de un restaurante en el que comamos. Otra posibilidad (que no excluye a la anterior) es recorrer varias tiendas preguntando el precio del mismo artículo, regateando para comprobar de qué cantidad mínima no bajan su precio.

Yo, cuando no puedo recurrir a una de las opciones anteriores, opto por otra que no sé si es la más adecuada, pero sí tengo claro que es la que más efectiva me resulta. Aun sin saber el precio de un artículo, me pregunto, tratando de hacer comparaciones aproximadas con otros productos adquiridos (aunque no tengan que ver), cuánto estaría dispuesto a pagar como máximo por el mismo. Una vez fijada la cantidad máxima que pagaría, le resto aproximadamente el 25 %. Ese será mi precio inicial.

Esta técnica que uso, aunque es efectiva para mí (y más para mi bolsillo), tiene su riesgo. Si la cantidad inicial que ofrezco es excesivamente baja, la transacción habrá terminado automáticamente y las posibilidades de comprar en ese comercio también (a nadie le gustan los abusos; ni al comprador ni al vendedor). De esto nos daremos cuenta si el comerciante nos responde con una negativa, sin que ofrezca una contraoferta.

Pero incluso si nos ocurre esto, saldremos ganando. Ya tendremos un dato más: el precio que estamos dispuesto a pagar es imposible de conseguir.

Por contra, si tras nuestro precio inicial el vendedor emite contraoferta, podremos empezar el regateo, aumentándolo progresivamente en pequeñas cantidades a cada nuevo precio dado por el comerciante. Si no se llega a un acuerdo antes, nos detendremos en la cantidad máxima que tengamos fijada para pagar por ese artículo y de ahí no nos moveremos. Cuando el vendedor haga una nueva oferta, seguiremos firmes ofreciendo esa cantidad máxima y, para justificar (conviene hacerlo, ya que aumentará nuestras posibilidades de éxito) por qué no ofrecemos mayor cantidad, recurriremos a argumentos que, ciertos o no, resulten convincentes. Por ejemplo, uno al que recurro bastante (y suele ser cierto) es que, por el precio que me piden por algo, no me merece la pena comprarlo ahí. Le digo que en España lo encontraría por el mismo precio o ligerísimamente más caro y, para eso, me ahorro comprarlo en su país, ya que solo me serviría para ir cargando con peso y para que, llegado el caso, en el aeropuerto me cobren un extra por exceso de equipaje. Le argumento que por un buen precio asumiría la molestia de aumentar peso y volumen en mi mochila y el riesgo de pagar un extra de equipaje a mi compañía aérea, pero que por el que pide no me interesa.

Lo que sí es cierto es que, a la cantidad máxima que pagaría por algo, dejo un margen de entre un 5 y un 10 % más (nunca más del 10 %) para que, llegado el caso, in extremis, no pierda una compra de algo que verdaderamente me interesa o no parezca totalmente intransigente, hecho que no lleva a buen puerto al regatear.

Con mi sistema de regateo, igual que he explicado que corro el riesgo de ofrecer una cantidad inicial muy baja, pudiera ocurrir también que mi cantidad inicial siguiera siendo alta para el precio real de mercado del producto en cuestión. De eso nos daremos cuenta rápido si el vendedor acepta nuestra cantidad inicial sin mayor problema o solo con una mínima contraoferta y sin insistencia. Al menos, de ocurrir esto, tampoco nos iremos con la sensación de que nos han timado (que es la francamente incómoda para nuestra dignidad), ya que el precio lo hemos fijado nosotros y lo hemos considerado adecuado de antemano.

Para terminar ya con lo referente al apasionante (o irritante, va en opiniones) arte de regatear, me voy a tomar la libertad de dar cinco consejos básicos que se deben tener en cuenta:


1) No tratar de regatear en establecimientos o servicios que tengan expuestos los precios (restaurantes, cafeterías, librerías, farmacias, centros comerciales, taxis, entradas a monumentos o espectáculos...). Solo hay dos excepciones (al menos que yo haya conocido) a esta regla: las tiendas de souvenirs, en donde podremos intentar una rebaja aunque figure el precio en el producto, y las agencias de viaje a la hora de contratar un paquete turístico (no así si vamos a comprar un billete de tren, avión...).

2) No regatear por algo que tenemos claro que no vamos a adquirir. A nadie le gusta que le hagan perder tiempo y, menos aún, tiempo de trabajo.

3) Tener claro lo que se quiere comprar y la cantidad máxima a pagar. Cualquier titubeo lo percibirá el vendedor y nuestra duda la aprovechará para llevarnos a su terreno, con lo probablemente acabemos enfadados con nosotros mismos al haber adquirido algo que no nos termina de convencer y/o por lo que no habríamos pagado la cantidad abonada.

4) No perder nunca la sonrisa y la amabilidad. Tono de voz suave y sosegado, a la par que firme.

5) Si se llega a un acuerdo firme, luego no podemos (no sería serio) cambiar de opinión y ofrecer una nueva cantidad o, lo que es peor, decidir no comprar el artículo. Estaríamos quedando fatal.


Si os sirve de consuelo, especialmente para los que hayáis estado en países árabes, regatear en Vietnam os resultará sencillo. Yo, que puedo hacer la comparación con Marruecos, puedo afirmar que los comerciantes vietnamitas son mucho más maleables que los marroquíes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor,

- Opina libremente pero siendo tolerante y respetuos@.
- Evita los comentarios impertinentes o malintencionados.
- No uses este espacio con fines publicitarios.
- Cerciórate de que tu opinión está relacionada con el contenido del artículo.

Gracias.